lunes, 19 de diciembre de 2011

2012

En el mundo actual florecen culturas y subculturas (mueren unas y nacen otras, desestimando por completo su significado), un poco por moda, otro tanto por generar una pasajera identidad … quizas a modo de protesta o como respuesta al cansancio de una sociedad cada mas abstracta y efímera, donde los valores y las creencias son puestas en tela de juicio, hasta por el mas torpe académico… donde considerar algo eterno es lo mismo que un periódico del día, que dura veinticuatro bloques de sesenta minutos. (y cuidado si descubren que matemáticamente el día oculta algunos segundos de más) ¡Que importa!
He descubierto una gran verdad y es que hemos abusado de la capacidad que se nos ha dado de transformar y de transformarnos, como también en la libertad de crear entornos adecuados para aumentar el plano de nuestro análisis crítico como individuos y ni hablar cuando quitamos la lupa para vernos en sociedad.
Una pausa propongo, una pausa que detenga los mas desaforados mecanismos que permiten un avance hacia quien sabe donde.
Una pausa y una brusca reversa para apreciar algo de lo que existe a nuestro alrededor, que a la vez sirva de abre caminos, para volver a pisar nuestros propios pasos ¿Qué tiene de malo? y regresar por el mismo camino recorrido para notar que debimos aprender algo más de lo ínfimo que retuvimos. Porque un camino, al igual que un río, nunca es el mismo, el agua corre buscando escapar hacia algún manantial que le permita ser ella misma (ni siquiera sabe si es hombre o mujer) y el camino es una eternidad de opciones que pueden bifurcarse cuando nuestros pasos lo decidan y aunque pensemos que vamos abriéndonos paso, hay caminos que parecen olvidados, pero no son una doncella cuidando su inocencia, ya conocen la conciencia de los hombres, ya los ha devorado entre sus piernas.
NO podemos creer a ciencia exacta que una cultura milenaria haya logrado anticiparse a nuestro destino para atemorizarnos, pero si debemos ser capaces de valorar sus enseñanzas y su legado. Debemos ser lo suficientemente capaces de minimizar nuestro presente y entender que apenas llevamos cien años dentro de una burbuja de aparente conciencia, donde la mala administración de la libertad es la madre de nuestro futuro, y el Mago Merlín parece harbernos proveído de todo lo necesario para la comodidad de nuestros fines: la tecnología. Amiga del hombre, enemiga de los lazos fraternales, reductor de distancias, orgasmo de los adictos a las interfaces multimedia, y de los que adoran perder el tiempo utilizándola y conversando de ella, también es reprochada por los que antes fueron análogos, etcétera.
Es imposible no detenernos y aceptar esta pausa para comprender (no solo entender) que debemos ver hacia atrás, e incorporar algo de esas enseñanzas, y no solo porque se acerque el 2012, sino nuevamente minimizarnos y ver nuestro tiempo como una fracción de tiempo donde debemos lograr un lazo de energía – porque eso somos – y darnos el verdadero lugar en este juego, asumiendo que eso que tanto buscamos en la maleza virgen, alguien ya lo encontró hace miles años y lo grabó en piedra para ahorrarnos ese esfuerzo.
Sepamos vernos para saber proyectarnos …

miércoles, 4 de mayo de 2011

La fiesta del bigote

Se trataba de la fiesta del bigote, con peinados -demi sec- tipo gomina y asquerosos milicos bebiendo champán Dom Perignon. Un piano de cola en el porche les daba la bienvenida a estas bestias, haciéndolos sentir favoritos y privilegiados por alguna inconsciente deidad.
Aquella noche, el cuartel - ubicado en un barranco- era para estos “ilustres perspicaces”, sí; se trataba de una fiesta de perspicaces, insensatos y absurdos moralistas. Que fumaban cigarrillos marca “Nobleza”, porque no sabían donde más hallarla.
Tan absurda era aquella noche, aquellos peinados y el champán que los invitados saboreaban. Eran mas de cien los que asistieron a esta fiesta del bigote como respuesta de obediencia hacia su General, colocado en ese puesto por autoproclamación y un fraude electoral bochornoso, más que por virtud o merecimiento. El General había fundado la cofradía del pícaro más perspicaz.
Cerca de las diez de la noche el cuartel apestaba a banalidades y debates torpes acerca de un planeamiento social chimpancé, hablaban de la guerra del pueblo, -como si el pueblo no tuviera derecho de pelear- y de sus nuevas corrientes políticas que avalaban los planes de gobierno, como un séquito de simios desglosando el sistema algebraico alfanumérico – que no existía.
Se sentían a gusto, con una cuadrilla de servidores armados con gorras y metras, cuidando los límites del cuartel y con patrullas que, en lugar de andar cazando agitadores, sintonizaban música en sus radios, al tiempo que trucaban y retrucaban con naipes españoles. Estos servidores fueron galardonados con los desechos y desperdicios del banquete de la fiesta del bigote. Fumaban también “Nobleza”, pero la llamaban fasos, que compartían a secas en pitadas, mientras se contaban historias tontas -o mejor dicho, relatos perspicaces- de las decisiones políticas del último mes y de los fusilamientos del pasado martes en la Universidad, donde habían apresado a cientos de estudiantes movilizados por una protesta moralista, pero ellos cuidaban a los juristas del amoralismo.
- ¿Me escuchas Alberto? Le pregunté a mi espejo (mi nexo con el exterior). - Si, te copio Gerardo. – me respondió Alberto.
- Acá la cosa todavía está tranquila- le dije.
Utilizábamos unos wokitokis que habíamos traído desde Córdoba para este operativo y para los siguientes, de ser necesario.
Sabíamos de la fiesta del bigote porque el viejo del gordo Medina trabajaba en la cocina del cuartel y cocinaba para varias cúpulas militares. Se había ganado la confianza de un par de Sargentos cercanos al General y se enteraba de los movimientos de la élite, aunque muchas veces la información se divulgaba como despiste, -ellos sabían que los enemigos estaban en sus mismos pasillos, y desconfiaban hasta de las almohadas-.
Una noche el viejo del gordo Medina nos invitó a su casa, para brindar con una botella de sidra que se había llevado de la bodega del cuartel, según él por equivocación – todos nos reíamos del dato-. Esa misma noche también nos atragantamos con el puré de papas con mostaza al saber que, el viejo del gordo Medina, les colocaba laxantes en los platos de comida y que, casualmente, todos los baños del cuartel se encontraban cerrados con llave. Fue así, entre risas, que planeamos ejecutar este arriesgado plan, lo llamamos Plan A.
Bebimos demasiado y decidimos no hablar del Plan A hasta que supiéramos bien cuándo y cómo lo íbamos a hacer. Tampoco era recomendable envenenarnos la sangre de venganza, porque la cana andaba cerca de cualquier sospechoso y luego del asalto al banco, estaban cerca de la identidad del grupo y de quienes éramos sus miembros.
No sabíamos hasta que punto corríamos peligro y hasta donde nuestros movimientos revolucionarios eran acechados. Solo estábamos seguros que no había buchones entre nosotros, y eso alimentaba las posibilidades de ejecutar el Plan A.

Seguramente la idea de una fiesta con bigotes postizos, como elemento distintivo, podría partir de varias ideas: en referencia a Adolf Hitler, a quien admiraban, por analogía al socialismo Stalinista o quién sabe porqué. Pero como la ocurrencia no podía estar ausente en esta reunión de perspicaces, la mayoría de ellos llegó con bigotes de famosos, tipo Dalí, Chaplín (o el otro), Groucho Marx (No Stalin), Genghis Khan, Francisco Franco, Pancho Villa, Albert Einstein, Fu Manchu, Emiliano Zapata, otros tipo Cantinflas, como un Beatle, o como próceres y caudillos. Por estrategia, el mío cubría una gran parte de mi rostro, y era similar al de Nietzsche.
Dentro de la fiesta tenía dos compañeros disfrazados de milicos y aguardaban mi señal, en cuanto el General hubiera tomado varias copas de champán, buscaríamos la manera de persuadir a su guardia personal con una distracción planeada, que nos permitiría capturarlo y tomarlo como rehén, estaban inhabilitadas las tramoyas rescatistas: No había rescate que lo salvara del enjuiciamiento, seguido de interrogatorio, tortura hasta que develara la ubicación del cuerpo y ulterior asesinato. Mi labor en el Plan A era decisoria.

El Plan A:


Mientras el viejo del gordo Medina me metía por un pasadizo en la cocina a la fiesta del bigote, un Chevrolet se estacionaba, justo debajo de la placa que marcaba la altura de la calle, e indicaba que estábamos en el mil novecientos setenta y algo. El Chevrolet esperaba un escape exitoso, con el General como cautivo, de eso se trataba el Plan A. Yo me había ofrecido a entrar allí, camuflado, infiltrado y dispuesto a convertirme en un mártir, solo para intentar secuestrar al General y averiguar porque habían profanado la sepultura de nuestra heroína nacional y adonde la habían escondido. Se trataba entonces de una redada silenciosa, sin patrullas, sin policías- porque eran del otro bando-, solo un perfecto impostor, o sea, yo.
Debía identificarlo y acercarme a él lo más posible, era famosa su simpatía por el pensador Friedrich Nietzsche, y sabíamos que le causaría una buena impresión mi bigote. Durante ese mes, estudié todo lo referente al pensador. Conocía datos exactos de su vida, de su obra y de sus amores y pasiones mundanas.
Una vez que me ganara su confianza, un mesero (el gordo Medina) llegaría hasta nosotros a ofrecernos una copa de champán, sabíamos que era su bebida favorita y que no se resistiría al ofrecimiento. Todas las copas de la bandeja del gordo Medina, estarían adulteradas con un fuerte somnífero de acción lenta que le provocaría al General un malestar y un posterior desmayo. El colorado Amaya – el otro de nuestro bando- tenía porte de alemán, tez blanca y pálida, le terminaban de adornar el rostro miles de pecas y andaba disfrazado de doctor, portando un bigote como de capitán de barco. El asunto del champán y del doctor infiltrado, estaban resueltos gracias a la influencia del viejo del gordo Medina y sus nexos cuarteleros. En el baño había un desagüe que comunicaba con la cocina y por allí sacaríamos al General. Pero para llegar a ese momento debíamos anular a su custodia personal con armas escondidas entre los carritos que recogían los platos sucios. Ese momento sería el más complicado, ya que un disparo haría entrar en pánico a todos los invitados, que si bien disfrutaban el sonido de guerra, lo preferían lejos de sus celebraciones y de sus pellejos.
Si el General caía en el Plan A, nada ni nadie podría evitarle su enjuiciamiento. Tampoco era viable un tipo de inteligencia militarizada en una situación tan extrema. Sabíamos que los cabos eran torpes y nuestros movimientos habían sido ensayados por meses.
Esa noche el General portaba su bigote postizo, al igual que todos los invitados, y se encontraba rodeado de alcahuetes y chupa medias. Eso imposibilitaba mi acercamiento y demoraba mi participación en el plan. Sabíamos que el General se iría luego de las once de la noche, era un hecho. Burlar a los lame botas que lo tenían rodeado se convirtió en un desafío prominente, había demasiada gente a su alrededor oyendo sus barrabasadas acerca de un piloto de helicóptero que había quedado viudo. Pobre tipo.
Faltaba solo una hora para las once y si el Plan A no funcionaba, entonces decidiríamos accionar el Plan B, que era mucho más arriesgado y nadie quería llevarlo a cabo porque era como dispararnos un mortero en la cara. No creí que llegaríamos a ese extremo, debíamos lograrlo con la idea del champán adulterado.
Mientras esperaba, varios me observaban, y yo no hablaba con nadie, incluso ya había tenido contacto visual con el General en varias oportunidades, a lo que tan solo pude asentir bajando el mentón, ante su insistente mirada. Me comencé a sentir aburrido y asustado, pero no arrepentido y decidí salir para reportar la situación a Alberto -mi espejo- para acomodarme el bigote y así fumar un cigarrillo, cuando de pronto vi a un contrarrevolucionario – según nuestro punto de vista nosotros éramos los revolucionarios, pero según el suyo, ellos estaban llevando a cabo la revolución- que se acercaba hasta mí en una bicicleta marca Bianchi –las conocía bien porque había tenido una herencia de mi abuelo-, color verde oliva, con un dínamo que colgaba encima de la llanta delantera y apuntaba hacia mi frente como un láser de historietas del espacio -también las había leído.
Apagué rápidamente los wokitokis y empecé a fumar con delatora ansiedad. Este cabo que montaba la bicicleta marca Bianchi llegó hasta mí, y no tardó en proponerme diálogo. Mientras yo fumaba y tocaba mi bigote corroborando la sujeción, el joven me hizo una venia y me pidió un cigarrillo, accedí inmediatamente y se lo entregué, él dejó en el piso su bicicleta marca Bianchi. Me puse mas tenso de como me encontró. Me volteé y pude ver a varios sujetos que me rodeaban: dos con uniforme militar y un mesero que había estado en la cena de la casa del viejo del gordo Medina, los tres portaban bigote.
- El General quiere hablar con usted Sr. Nietzsche– me dijo uno de ellos.
- ¿Y de qué quiere hablarme? – Indagué acomodando el bigote que ya no existía porque había caído en el barranco donde se alzaba el cuartel.
Los tres soldados me sujetaron de los brazos y comencé a forcejear pero fue en vano.
FIN DEL PLAN A


Un certero baldazo de agua helada me despertó del desmayo, estaba atado de pies y manos, y amordazado, me dolía mucho la cabeza. Pude ver mis wokitokis delante de mí, encima de una mesa y el resto de mis pertenencias, que no eran más que un paquete de cigarrillos. Los wokitokis estaban encendidos y decían: – Gerardo, cambio.- Y repetía –Gerardo, estas ahí, cambio. Carajo-.
Apareció el ciclista de la Bianchi verde oliva, y otros tres que me cacheteaban para despertarme, cuando una sombra conocida se presentó ante mí.
- ¿El colorado Amaya?- pensé-. - A él también lo agarraron-. Seguro pronto caerían el gordo Medina y su viejo. - ¿Qué había salido mal, quién nos delató? Seguramente fue el mesero- pensaba.
Los wokitokis seguían en buena frecuencia. - Gerardo Carajo, ¿Estás ahí? - Tratando de regresar en mí, pude ver algo de la habitación donde estábamos y en cerca del rincón distinguí una silueta. Era el viejo del gordo Medina que estaba en posición fetal, no sabía si estaba vivo o en que estado se encontraba, pero su filipina blanca dejaba entrever que estaba herido.
- ¿Por qué había sido necesario llegar a este extremo?¿Por qué no había funcionado el Plan A? Si ni siquiera lo habíamos puesto a prueba-. Pensé.
Justo encima de la puerta había una fotografía de nuestra heroína nacional, era tan bella y a la vez tan fuerte. Su mirada, sus palabras, sus actos y sentimiento de humanidad, nos habían inspirado a luchar por la patria y su tumba había sido profanada por estos bigotudos malparidos. Los odiaba.
La fotografía estaba enmarcada y un tanto torcida, tuve el deseo de pararme y corregir su horizonte, cuando de pronto la puerta se abrió y entró el gordo Medina a empujones. Detrás de él venían tres milicos y apareció el General con un wokitoki en su mano derecha.
Se paró a observarnos a todos con cara de superioridad y de perspicacia. Acomodó su tronco dorsal y estrujó sus dedos. Acercó el wokitoki a su boca y habló – Gerardo, carajo, Gerardo ¿Estás ahí?- y se echo a reír. Los ocho milicos se reían también y detrás de la puerta apareció Alberto haciendo una obediente venia a todos. - ¿Quién de ustedes es Gerardo, eh?- Preguntó el General.
Alberto me señaló y el General prosiguió. - ¿Usted es el pelotudo que me iba a secuestrar?- Y se reía mirándonos a todos. - ¿Y pensaron que iban a dar un golpe de estado con una copa de champán adulterada? Por favor-. Se acercó al viejo del gordo Medina y con el pie lo volteó.
Alberto me veía con cara de evidente traición. Yo no entendía porqué habíamos llegado a ese extremo. Pero no temía al dolor, y mucho menos a si las cosas empeoraban. La fotografía de encima de la puerta me veía y me daba fuerzas, mientras el General merodeaba a cada uno de nosotros, como una mosca inquieta.
- ¿Quién quiere ser enjuiciado primero? - preguntó, y yo inmediatamente lo asalté.
- Usted no tiene virtud para enjuiciar a nadie- Le dije.
Mientras intercambiábamos discurso, pensé en mi escape, siempre es bueno buscar esperanza donde no la hay, y recordé que me había enrolado en el movimiento popular por convicción. Pensé en mis hijas, Malvina y Victoria, que dormían en casa, seguramente Ana (mi esposa) me esperaba junto a la chimenea. El último año había sido demasiado complicado, pero eran tiempos de quilombos políticos y ellas debían entender todos los posibles desenlaces, que sin importar cual fuera, a la mañana siguiente se irían del país en un buque, para luego tomar un avión hacia España.

- ¿Y a ustedes quien les da facultad para secuestrarme y enjuiciarme, a mí?- me atracó el General.
- El pueblo- le contesté, - y la justicia por una tumba profanada, díganos ¿Dónde está su cuerpo?, y luego enjuícienos, no nos perdone la vida, no lo merecemos, solo díganos donde se llevaron su cuerpo-. El general se echó a reír al tiempo que encendía un “Nobleza”.
- Ustedes son de esa especie de moralistas, soñadores que se llevan las verdades a sus tumbas con una sonrisa en la jeta. ¿No? No los entiendo. Solitos llegaron a meterse a la boca del lobo, entre ustedes no hay honor, ustedes mismos se traicionaron-.
Le golpeaba el pecho a Alberto demostrando lealtad, yo no entendía que pensaba Alberto, era evidente que la traición no le sentaba bien. Pero no podía hacer nada. El General miró su reloj, yo pensaba en Malvina, en Victoria y en Ana, que seguramente esperaban verme en algunas horas, para abordar el buque y luego un avión a España. - Bueno, muchachos terminemos con esto. Ya casi son las once y debo irme-. Sacó su arma y apuntó a la cabeza del colorado Amaya y lo remató de un certero disparo en la nuca. Pude ver que Alberto no lo quiso presenciar.
Debía interceder y le hablé mientras apuntaba a la cabeza del viejo del gordo Medina.
- Dígame General, ¿es más grande su orgullo, su lealtad o su voluntad?-. Me miró con cara de sorpresa y me contestó.
- Solo deme un minutito, mato a este y te contesto-. Y le disparó al viejo del gordo que estaba de espaldas. - A vos te voy a dejar para el final, para contestarte esa pregunta, y ¿Sabes por qué? Porque todavía no sé la respuesta.
Cargó otra vez la pistola y le apuntó al gordo Medina que estaba atado atrás mío, yo le seguía hablando. - General, escúcheme, no nos mate todavía, díganos ¿Donde está, donde se la llevaron?- Y disparó en la frente del gordo Medina.
Los ocho milicos que lo acompañaba tosían por el humo de los disparos y esquivaban con las botas la sangre que escurrían los cuerpos del gordo, de su viejo y del colorado. Solo faltaba yo, y el General seguía ensuciándose las manos, la reputación y salpicaba su “Nobleza”.
- ¿Sabe algo pibe? Es la primera vez que mato de mano propia. Lo creas que esto me agrada, para nada. Pero cuando llegó Alberto a contarme de su Plan A, me dio tanta risa, tanta risa que quería hacerlo yo mismo, porque esto me da la pauta de que estamos haciendo lo correcto. La contrarrevolución de ustedes está fermentada en traición, ustedes no tienen ideales, ni tampoco son fieles a su causa-.
Alberto se tomaba el rostro, yo no quería pensar en mis hijas y en mi esposa, quienes estaba muy cerca de no volver a verme. Y tan pronto acabó le dije – ¿Me va a contestar la pregunta?-
Y me contestó – Seguro cabo, antes de terminar con su sufrimiento, le daré la respuesta que necesita oír: en mi grandeza la virtud que más se destaca es el orgullo, prefiero llamarlo ego-.
- Esa no es la pregunta a la que me refería sino a la otra ¿Dónde está el cuerpo?, antes de matarme, déjeme llevarme esa verdad. Regálemela.
- No puedo por un código de lealtad, no la diría ni aunque me estuvieran retorciendo del dolor.- me dijo y estaba muy seguro de lo que decía, yo hubiera resistido el mismo dolor solo por saberlo, y lo estaba demostrando porque los ocho cada vez que podían me golpeaban.
-¿Sabe qué creo?- escupiendo sangre- que usted no sabe dónde está. Usted solo lo hizo porque se lo pidieron y la entregó.- Crea lo que quiera- me dijo y continuó apuntándome a la cabeza. Alberto quitó la mirada, halo el arma y habló.
- PUM- dijo, lo miró a Alberto y a los ocho – Váyanse todos, déjenme solo con este curioso que quiere verdades en su tumba, pero antes revisen que no tenga micrófonos ni truquitos escondidos y llévense los cadáveres también.
La fotografía de la heroína me veía y la verdad estaba cerca. Los ocho le obedecieron, me registraron y se llevaron los cuerpos. Alberto fue el último en llegar hasta mí, me miraba intentando compartir mi dolor, pero su traición no se lo permitía, entonces me dio una dura palmada en la espalda antes de irse, yo le escupí sus botas. La puerta se cerró. Eran las diez y cincuenta y nueve y el General caminaba hacia mí.
- Bueno, cabo, en exactamente un minuto, habrá una lluvia de fuegos artificiales en mi honor, después de eso me iré, al igual que se va a ir usted, a juntarse con su heroína, traidora del gobierno, que intentó desestabilizar el orden normal de la política nacional. ¿Sabe por qué le tenemos ahí? Para recordar hacer lo correcto, ¿Quiere la verdad? Llévesela.
Se acercó a mi oído y con su mano derecha me apuntó en el parietal para develarme la verdad un instante antes de matarme y lo hizo. Me indicó el lugar exacto donde habían llevado su cuerpo – El cuerpo está en la Ermita Santa Eulogia, pero usted nunca pondrá un pie allí-. murmuró y mencionó también la participación de otros gobiernos. Mientras oía sus palabras, cerré los ojos feliz de saber la verdad, esperando el estallido del disparo y de los fuegos artificiales. El General comenzó a deslizar su dedo en el gatillo, esperando el estallido de las once y de repente - PUM- el disparo llegó unos segundos antes de lo previsto. Tomé el arma que Alberto había colocado en mi espalda justo antes de desatarme y le volé los sesos al General.
Mientras tanto los fuegos se multiplicaban, y Alberto tomaba un arma del carrito que llevaba los platos sucios - empujado por el pasillo por el mesero. Juntos desparramaban disparos en las cabezas de los ocho milicos y abrían la puerta para liberarme por completo. El Plan B había funcionado a la perfección. Eran las once en punto y todos en la fiesta aplaudían el espectáculo en el cielo, y no tardarían en notar la ausencia del General.
Esa noche no logramos desestabilizar el gobierno, era imposible, tampoco a la mañana siguiente, había que esperar varias décadas y debimos exiliarnos, pero antes recuperamos el cuerpo de la heroína.
Pero ese rescate en la Ermita de Santa Eulogia fue otra historia y no ésta.

martes, 19 de abril de 2011

"factor T"

“Anochecía. Parpadeaban las primeras estrellas mientras yo continuaba allí sentado, esperando que ocurriera lo que tanto tiempo había deseado. Se levantó una brisa agradable y fresca. […].”

Semejante al efecto de una ola de mar acercándose a la costa, o a ese instante previo a la inocente tormenta que solo quiere soplar, así imaginaba esa brisa descrita por este genial dramaturgo. Pero su idea era, justamente, lo que habíamos destruido.

Hasta que por fin la luna se dejaba notar a la distancia, y aparecía una fantasía, la de una dulce mujer seducida y a punto de entregarse a este caballero que la esperaba sentado, y la piropeaba, para más tarde desvestirla.

La nave había partido a la hora menos pensada. Todos oían en sus aparatos musicales la cuenta regresiva del despegue, al tiempo que estos dos amantes se abrazaban desnudos, sintiendo la piel del otro y las estrellas dejaban de parpadear, porque se desarticulaban con las pronunciadas curvas de un recorrido vertical ascendente. Mientras el tren atravesaba una pradera privada de luminosidad, las dos historias se entrelazaban, lo que leía con lo que ocurría a mi alrededor.

Esta nave me (nos) desterraba hacia un espacio sideral y en línea horizontal continuaba leyendo lo que aquel genial dramaturgo había imaginado: Dos amantes se desnudarían en un tren en tránsito de estaciones, rozando la tierra con chispazos sigilosamente impredecibles.

Cerré por un momento el libro, solo para curiosear y lograr entender algo de mi entorno. Me quité el holograma que me mantenía comunicado con una proyección unipersonal del pasado. Es que durante el reclutamiento, el doctor Fredersen nos había realizado entrevistas a las que podíamos acceder escaneando la retícula y estaban compaginadas de tal manera, que nos permitía conversar con nosotros mismos -pero en ese momento no eran necesarias-. Entonces me quité el holograma y me reincorporé girando en el aire, dando saltos impresionantes y haciendo firuletes como un delfín, sabía de ellos por algunos videos ilegales que circulaban en el sistema. Estaba prohibido preguntar sobre ciertas especies animales y el vocablo delfín entraba en el extenso listado –digo vocablo porque la representación ya no existía.

Programé entonces mi aparato musical y mientras flotaba por la inexistencia del efecto G (como un delfín), fui en busca de un chip receptor. Necesitaba algo de distracción. Me sentía muy extraño por la lectura, mis ojos no estaban habituados a hilar emociones representadas en símbolos. La mayoría de nosotros había perdido esa capacidad, quizás por la abolición de la comunicación verbal, que no estaba prohibida, pero sí obsoleta. Seguramente todo esto quedaría registrado por el doctor Fredersen y querría compartirlo con migo o con sigo mismo. Sentía que esta conversación ya la habíamos mantenido.

La música y el chip receptor me ayudaron a olvidar a esa pareja de enamorados que viajaba entre estaciones, infinitos y desnudos, vírgenes el uno del otro, pero mutuamente arrugados. El libro flotaba en la cabina y las palabras comenzaron a escaparse como colibríes – ellos estaban aún más prohibidos que los delfines. Mis manos intentaban atraparlas, pero se escabullían, se estiraban y se enredaban, queriendo escapar de mi capacidad de retenerlas. El libro flotaba por la inexistencia del efecto G, y la nave pasaba cerca de la luna. A través de la gran ventana de mi cabina pude verla, era inmensa, radiante, pero estaba herida y a punto de resquebrajarse por la inexistencia del factor T. Mientras tanto, en el libro, la luna se dejaba ver pequeña, diminuta, ínfima y pasaba desapercibida en la ventana empañada de aquel tren que el dramaturgo imaginó, con dos amantes que quizás nunca existieron, atravesando praderas privadas que ya no existen.

Aquel día, despegamos por última vez, llevándonos en cajitas encriptadas toda la información que supimos extraer del factor T, y la alojamos en inútiles hologramas a los que poca brisa agradable y fresca les cabe.

jueves, 7 de abril de 2011

"Dime si no"

Dime si no es un sueño ideal salir de la ciudad a dar un paseo por el campo, tierra adentro, en busca de la Eterna Primavera.

Y que la invitación a esa idea sea un viaje transformador hacia el corazón de una postal, una proyección a color de una vieja película en blanco y negro, que se irá apoderando de nuestro entorno poco a poco; cuando estiremos las piernas y los brazos, cuando apaguemos los motores, al bajar del vehículo, cuando pisoteemos por descuido los lentes de sol que costaron una barbaridad, cuando el calzado se salpique con jugo de frutas al natural, que escapan a la moda.

Será y comenzará bien de madrugada, a la hora preferida de los curiosos, para convertirse luego en un almuerzo a destiempo, en un desayuno a media mañana, como lo quieras ver.
Acompañado de una huida sigilosa para no despertar a los vecinos, o un estruendo de maletas y la búsqueda de aquel tesoro en forma de canasta semi hippie, semi olvidada. Dentro de ella viajarán manjares deliciosamente organizados, más lo que haya a la mano y un hasta luego. Y lo que se quedó se quedó.

Será una pícara aventura exploradora, como que hacer con esa prenda de vestir que tanto amamos, pero nunca utilizamos porque nos da pena, pero ese día la pena se queda en casa.

Ring-ring,
Bicicletas incluidas para los más desenfrenados y carbón para los enamorados del humo.

Será un pretexto, un rotundo sí, y un vamos viendo en el trayecto.
Una ventana a nuevos aires, a una irresistible tarde de helado, donde lo importante no será un sabor, sino mil sabores y el afán de escapar, de caminar en un bosque de ensueño, de estar dentro de un relato, de una perfecta fábula, de desaparecer en el camino y de perderse por un rato.

Estaremos allí parados en medio de la naturaleza, de la perfecta nada, liberados de artificios, con ánimo de tomarnos de la mano y jugar a la ronda porque no hay nada más que hacer, hasta que un chapoteo nos recuerde algo de la infancia y las fragancias ya no sean de mentira. Cuando nos sintamos únicos en el mundo notaremos que nuestros vecinos también están allí, gozándosela.

Habrá de todo, una pasarela de pétalos, habrá serenata entre las ramas, rimas y poesía implícita, música, domadores de bestias imaginarias, seres mitológicos, trotes y galopes, rueda que te rueda, bulla de la buena, ring-ring, un director de orquesta y un espectáculo despampanante, pero de aquello no se habla hasta ese día, porque una serenata sabe encontrar su momento y su público.

Será también el momento indicado para ir al rescate de nuestra esencia, de lo simple y conmovedor, de lo rural, sincero, necesario. Sin mucho misterio ni trampas, como un trazo a lápiz buscando un punto de fuga, dentro y fuera de nosotros.

Todo esto y más.
Será un día único del mes de marzo, apegadísimo al recuerdo que pueda inspirar, fácil de repetir, imposible de olvidar.

Este viaje, este paseo, esta fantasía reveladora será la fusión entre lo individual y el mundo natural, donde se reencuentren el campo y los fulanos citadinos, el picnic y el confort, fortaleciendo el vínculo con lo fundamental, de pertenecer a una tierra que nos ama, nos respeta y que solo nos pide eso mismo a cambio.

lunes, 4 de abril de 2011

sábado, 2 de abril de 2011

Acerca del Festival de Cine de Mar del Plata

Lo mejor de ser excedido en las pasiones es que durante un período corto de tiempo la realidad o rutina se traslada o bien desaparece, gracias a esa pasión. Llevo años experimentando en algunas y realmente en las que mas rédito obtengo es en aquellas donde no dependo de terceros. Porque son pasiones personales, pequeños gustos para incorporar la realidad que poco entiendo, y mucho menos a los terceros.
De eso se trata el festival de cine que se realiza cada año en mi ciudad. Las salas pierden el sentido comercial y se trasforman en pequeñas cápsulas atemporales donde uno ingresa y ya no será el mismo al salir.
Me invento una historia a cada instante, todo se compone de fotogramas, de sonidos, incluso de música. Las calles y las aceras -que nos permiten tener los pies sobre la tierra- parecen tener ranuras a los lados y nosotros mismos parecemos estar contando una historia en proyección.
Cada tercero es materia volátil, todas sus palabras fueron pensadas por un imaginario guionista que también premeditó absolutamente todas mis acciones y mis necesarios diálogos. Siento el sonido, durante diez escasos días, de un proyector y a veces escucho hablar a quienes proyectan la película, luego el verano va lastimando la composición fílmica de las calles y solo queda tiempo para la reflexión hasta el siguiente festival.

miércoles, 23 de marzo de 2011

"Recomendaciones a último momento de un viajero supersticioso para su novia"

“¡Corazón! recuerda acariciar el avión antes de abordarlo, eso te mantendrá a salvo. No es que yo sea supersticioso, ¡para nada! Tú sabes que no creo en esas cosas pero, ¿qué pierdes tocándolo antes de abordar? Debe ser una caricia sutil y despreocupada, que nadie la note, con la mirada hacia otro lado. No se trata de un romance con el avión ¡por favor!, es tocarle simplemente el costadito de la puerta. Así te evitarás catástrofes, te lo aseguro. Yo siempre lo hago y mírame, ¡vivito y coleando!

Antes de llegar a ese instante, deberás atravesar todo tipo de sistemas, dar un buen día por allí, otro por aquí, seguido de detectores de qué sé yo, y algunos mecanismos de seguridad que desgastarán tu ánimo. Te sentirás como en una montaña rusa, como el estado previo a montarte en un mecanismo de diversión gitana, o mejor dicho, ¡superará todo, absolutamente todo lo que ya conoces! Pero debes estar relajada para que sea placentero.

¿Sabes qué es lo que más disfruto de viajar en avión? El tiempo convertido en azar. Porque lo percibirás de otra manera, podrás regresar al pasado, atravesar meridianos. Imagina estar una mañana en Sydney, y volar a la noche anterior en Vancouver.

¡Corazón! recuerda no enamorarte, tú eres muy enamoradiza. Los aeropuertos y los aviones son sitios ideales para los mil y un amores que no se dan. Es un desfile de miradas curiosas buscando un no sé qué. Mejor mira el mapa de la ventana y muestra siempre tu mejor sonrisa a quien la pida. Di que eres mayor de edad y tómate una copita de vino, ¡salud! o si se te antoja un güisqui, ¡chin chin! Eso te ayudará a distenderte, a sonreír con mayor facilidad y a pensar.

Durante el despegue, intenta encontrar un sentimiento puro y desarróllalo, utiliza ese tiempo para cosas importantes, piensa en un anhelo del futuro o recuerda con alegría algo del pasado. ¡Ah! y gózate los pozos de aire que te harán sentir feliz, pero ni sueñes en la completa comodidad, solo intenta evitar los calambres, sobre todo tú, que eres larga de piernas.

No quiero despedirme sin antes contarte algo que me pasa a veces al ver aviones monumentales: siento admiración por los visionarios de otros tiempos, que han aportado a la humanidad inventos magníficos, como las montañas rusas y los aviones, y me río al saber que; quizás, no imaginaron que existirían adictos a los pozos de aire, como nosotros dos ¿Recuerdas cuando fuimos a ese parque de diversiones en Bogotá? Te mecías como un péndulo de un lado a otro y tu rostro se sensibilizaba con la fricción del aire, que te dibujaba cara de flecha. Seguramente no lo recuerdes, pero así fue. Yo estaba abajo, viéndote. Al igual que mañana, en el aeropuerto, te veré partir; cerraré los ojos para imaginar tu perfil más lindo, tu espalda, tu mirada añorando el despegue y tu estómago queriendo adelantar el tiempo.

¡Corazón! Sabes bien que no soy supersticioso, pero si tocas el costadito del avión al abordar, estarás desayunando huevos a la francesa sobre Madrid. Buen viaje.

¡Ah! Y recuerda que coloqué la pata de conejo en tu maleta de mano.”