sábado, 19 de marzo de 2011

"Lo mas tonto que me pasó en la vida. Entre otras cosas … "

El año 2001 presentaba vivos signos que las profecías de Nostradamus eran inciertas.
Y el escepticismo volteaba al país favorito del momento, dejándolo con sus dos torres en planta baja.
Ese mismo once de septiembre yo tenía 21 años y en una vinoteca ubicada en San Lorenzo esquina Tucumán observaba al segundo avión estrellarse. No quise ver mas del asunto.
En esos tiempos esquivaba noticieros y oía una banda de rock nacional llamada Las Pelotas; no quería saber mucho acerca de catástrofes y me limité a cumplir con mis obligaciones laborales y académicas. También fue el año con mayores trasnochadas y eso me traería malas consecuencias.
La universidad iba bien, era un flamante estudiante de cine y televisión.
El mes de Octubre trajo sorpresas porque el lugar de comidas rápidas que yo administraba había sido vendido a un señor que se dedicaba a la fotografía del oceanario donde estaba ubicada esta hamburguesería. Las condiciones de la venta no eran del todo claras y luego de una corta charla de café me convenció de continuar, a condición de dejar sin empleo a varios de mis compañeros. Me preocupaba el cine y necesitaba el dinero, entonces acepté. Lo necesitaba.
El primer fin de semana me presentaron a mis nuevos compañeros y utilizando el poder de persuasión logré ubicar a uno de mis hermanos en el selecto grupo.
La primera mañana un improvisado novato abrió las puertas del negocio provocando que la persiana eléctrica quedara trabada por no saber de sus mañas. Era uno de esos mecanismos que día por medio se atoraban y sentí algo de culpabilidad por no llegar a horario. Pero todo se resolvería a la hora del cierre, cuando fuera necesario bajar la persiana.
El mediodía nos encontró con las papas fritas hechas carbón, con la clientela enojada porque las hamburguesas eran incomibles y con mis compañeros de trabajo exhaustos.
Olvidable fue la jornada, pero por suerte llegó a su fin a la hora que el fútbol capta la atención de la gente. Era domingo y el clásico se palpitaba desde los televisores veintinueve pulgadas, culones que colgaban de la columnas. El café y el té hicieron olvidar a los comensales el mal sabor de nuestra querida e improvisada hamburguesería.
Aproveché el silencio del lugar y, al ver que las personas estaban concentradas en el partido, subí las escaleras que llevaban a la bodega del negocio. A pulmón comencé a girar la polea que daba por terminada la jornada laboral. Llenarme las manos de grasa no presentaba un problema; pero sí el cansancio y el aburrimiento que producía estar mas de media hora en ese caluroso lugar haciendo un movimiento monótono equivalente a seis horas de gimnasio con Rocky Balboa como entrenador.
Quisiera sumar la trasnochada de tres días de andar concentrado en una relación con una chica que acabó en absolutamente nada y se trató de un asunto que no merece análisis. Mientras giraba la polea una señal apareció en forma de 2000 voltios. Los cables que abastecen a los carteles de neón me dieron un corrientazo en las piernas y mi equilibrio se fue al diablo.
Ahora, imaginen a un grupo muy grande de gente observando un partido de fútbol, un día domingo y a menos de un mes de la catástrofe neoyorkina. Agreguen un estruendoso sonido a explosión, acompañado al grito de un paracaidista desnudo.
El techo era de yeso y cuando la corriente eléctrica me golpeó todo el peso del cuerpo podía ir hacia un solo lugar y era hacia abajo, solo hacia abajo.
Los espectadores no sabían que había ocurrido y mucho menos las autoridades del oceanario. Ni hablar del nuevo dueño del negocio que había depositado en mí toda la confianza. El lugar parecía una zona bombardeada, los escombros quedaron encima mío. Abrí los ojos y maldije haber trasnochado tanto y comencé a buscar mis zonas rotas, quería saber de donde iba a salir el manantial de sangre y cuantas vigas estaban clavadas en mi cuerpo. También quería saber en que circunstancias sería echado del trabajo y cuantos meses tendría que trabajar gratis para pagar los destrozos, es que no había nada roto, estaba todo destruido.
Cuando volví de ese instante sonaba el tema de Las Pelotas que decía ...” Coleccionistas de diarios esos que ves en la tele, pero que se mueran con su información...” las personas que acudieron a mí parecían periodistas. Me acordé también de Nostradamus y pensé si este querido francés me habría visto en sus visiones milenarias volando desde los techos de las hamburgueserías.
Pensé en el maldito Bush, en sus torres gemelas y como ese apellido se asociaría eternamente a la palabra ¨víctimas¨, maldito.
Realmente todo me dio mucho miedo en ese momento. Pero el susto pasó.
Desde muy pequeño supe resolver con gran sabiduría las situaciones que a uno lo vuelven mierda y me reincorporé, con sonidos de trompeta. En ese momento estaban atajando un penal en el partido de fútbol y la gente enloqueció de pasión. Esquivé a los molestos periodistas y corrí hasta el baño de hombres para encerrarme unos minutos. Necesitaba sentirme mejor detrás del cartel que indica la sexualidad, cuando uno se esta meando o cagando.
En la empresa trabajaban unos 200 empleados y al día siguiente todos sabían de mis asuntos destructivos. Me sentí realmente muy idiota esos meses. No fui echado y eso significó tener que dar la cara hasta que algún hecho de mayor resonancia ocupara el primer lugar en los comentarios.
El verano estaba cerca y en ese entonces era muy común verme con tres pelotas en la mano practicando malabares. Esto ayudó un poco a mi autoestima y a mi reputación.
Aunque no dejaron de llegar las burlas, muchas de ellas acompañadas de chistes muy buenos al respecto de mis voladuras, como un filme acerca de la venta turbia de una hamburguesería, etcétera, que al tiempo daba pérdidas por la devaluación de la moneda argentina.

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