miércoles, 23 de marzo de 2011

"Recomendaciones a último momento de un viajero supersticioso para su novia"

“¡Corazón! recuerda acariciar el avión antes de abordarlo, eso te mantendrá a salvo. No es que yo sea supersticioso, ¡para nada! Tú sabes que no creo en esas cosas pero, ¿qué pierdes tocándolo antes de abordar? Debe ser una caricia sutil y despreocupada, que nadie la note, con la mirada hacia otro lado. No se trata de un romance con el avión ¡por favor!, es tocarle simplemente el costadito de la puerta. Así te evitarás catástrofes, te lo aseguro. Yo siempre lo hago y mírame, ¡vivito y coleando!

Antes de llegar a ese instante, deberás atravesar todo tipo de sistemas, dar un buen día por allí, otro por aquí, seguido de detectores de qué sé yo, y algunos mecanismos de seguridad que desgastarán tu ánimo. Te sentirás como en una montaña rusa, como el estado previo a montarte en un mecanismo de diversión gitana, o mejor dicho, ¡superará todo, absolutamente todo lo que ya conoces! Pero debes estar relajada para que sea placentero.

¿Sabes qué es lo que más disfruto de viajar en avión? El tiempo convertido en azar. Porque lo percibirás de otra manera, podrás regresar al pasado, atravesar meridianos. Imagina estar una mañana en Sydney, y volar a la noche anterior en Vancouver.

¡Corazón! recuerda no enamorarte, tú eres muy enamoradiza. Los aeropuertos y los aviones son sitios ideales para los mil y un amores que no se dan. Es un desfile de miradas curiosas buscando un no sé qué. Mejor mira el mapa de la ventana y muestra siempre tu mejor sonrisa a quien la pida. Di que eres mayor de edad y tómate una copita de vino, ¡salud! o si se te antoja un güisqui, ¡chin chin! Eso te ayudará a distenderte, a sonreír con mayor facilidad y a pensar.

Durante el despegue, intenta encontrar un sentimiento puro y desarróllalo, utiliza ese tiempo para cosas importantes, piensa en un anhelo del futuro o recuerda con alegría algo del pasado. ¡Ah! y gózate los pozos de aire que te harán sentir feliz, pero ni sueñes en la completa comodidad, solo intenta evitar los calambres, sobre todo tú, que eres larga de piernas.

No quiero despedirme sin antes contarte algo que me pasa a veces al ver aviones monumentales: siento admiración por los visionarios de otros tiempos, que han aportado a la humanidad inventos magníficos, como las montañas rusas y los aviones, y me río al saber que; quizás, no imaginaron que existirían adictos a los pozos de aire, como nosotros dos ¿Recuerdas cuando fuimos a ese parque de diversiones en Bogotá? Te mecías como un péndulo de un lado a otro y tu rostro se sensibilizaba con la fricción del aire, que te dibujaba cara de flecha. Seguramente no lo recuerdes, pero así fue. Yo estaba abajo, viéndote. Al igual que mañana, en el aeropuerto, te veré partir; cerraré los ojos para imaginar tu perfil más lindo, tu espalda, tu mirada añorando el despegue y tu estómago queriendo adelantar el tiempo.

¡Corazón! Sabes bien que no soy supersticioso, pero si tocas el costadito del avión al abordar, estarás desayunando huevos a la francesa sobre Madrid. Buen viaje.

¡Ah! Y recuerda que coloqué la pata de conejo en tu maleta de mano.”

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