“¡Corazón! recuerda acariciar el avión antes de abordarlo, eso te mantendrá a salvo. No es que yo sea supersticioso, ¡para nada! Tú sabes que no creo en esas cosas pero, ¿qué pierdes tocándolo antes de abordar? Debe ser una caricia sutil y despreocupada, que nadie la note, con la mirada hacia otro lado. No se trata de un romance con el avión ¡por favor!, es tocarle simplemente el costadito de la puerta. Así te evitarás catástrofes, te lo aseguro. Yo siempre lo hago y mírame, ¡vivito y coleando!
Antes de llegar a ese instante, deberás atravesar todo tipo de sistemas, dar un buen día por allí, otro por aquí, seguido de detectores de qué sé yo, y algunos mecanismos de seguridad que desgastarán tu ánimo. Te sentirás como en una montaña rusa, como el estado previo a montarte en un mecanismo de diversión gitana, o mejor dicho, ¡superará todo, absolutamente todo lo que ya conoces! Pero debes estar relajada para que sea placentero.
¿Sabes qué es lo que más disfruto de viajar en avión? El tiempo convertido en azar. Porque lo percibirás de otra manera, podrás regresar al pasado, atravesar meridianos. Imagina estar una mañana en Sydney, y volar a la noche anterior en Vancouver.
¡Corazón! recuerda no enamorarte, tú eres muy enamoradiza. Los aeropuertos y los aviones son sitios ideales para los mil y un amores que no se dan. Es un desfile de miradas curiosas buscando un no sé qué. Mejor mira el mapa de la ventana y muestra siempre tu mejor sonrisa a quien la pida. Di que eres mayor de edad y tómate una copita de vino, ¡salud! o si se te antoja un güisqui, ¡chin chin! Eso te ayudará a distenderte, a sonreír con mayor facilidad y a pensar.
Durante el despegue, intenta encontrar un sentimiento puro y desarróllalo, utiliza ese tiempo para cosas importantes, piensa en un anhelo del futuro o recuerda con alegría algo del pasado. ¡Ah! y gózate los pozos de aire que te harán sentir feliz, pero ni sueñes en la completa comodidad, solo intenta evitar los calambres, sobre todo tú, que eres larga de piernas.
No quiero despedirme sin antes contarte algo que me pasa a veces al ver aviones monumentales: siento admiración por los visionarios de otros tiempos, que han aportado a la humanidad inventos magníficos, como las montañas rusas y los aviones, y me río al saber que; quizás, no imaginaron que existirían adictos a los pozos de aire, como nosotros dos ¿Recuerdas cuando fuimos a ese parque de diversiones en Bogotá? Te mecías como un péndulo de un lado a otro y tu rostro se sensibilizaba con la fricción del aire, que te dibujaba cara de flecha. Seguramente no lo recuerdes, pero así fue. Yo estaba abajo, viéndote. Al igual que mañana, en el aeropuerto, te veré partir; cerraré los ojos para imaginar tu perfil más lindo, tu espalda, tu mirada añorando el despegue y tu estómago queriendo adelantar el tiempo.
¡Corazón! Sabes bien que no soy supersticioso, pero si tocas el costadito del avión al abordar, estarás desayunando huevos a la francesa sobre Madrid. Buen viaje.
¡Ah! Y recuerda que coloqué la pata de conejo en tu maleta de mano.”
miércoles, 23 de marzo de 2011
"Instrucciones para hallar una idea y no olvidarla"
Debemos saber que una buena idea no se logra en el primer intento. Como también es importante reconocer que tampoco se logra en el segundo intento. Y por último asumir que no es el resultado lógico, ni el resumen del primer intento conjugado con el segundo; sino más bien se encuentra cuando uno deja de buscarla.
Para esto describiré una serie de ejercicios prácticos que facilitan este dificultoso hallazgo, o al menos nos hará sentir que no estamos solos en el camino de la mente versus la idea.
Como primera regla es importante abolir la asociación causa-efecto: encontrar no es consecuencia de buscar. Seguir las pistas de una idea seguramente nos dejará extraviados dentro de un desierto inverosímil. Ahora, si sientes un viento de frente que imposibilita la visión, y te ves rodeado de arenas movedizas (sobre todo si ese desierto ha sido creado para encontrar dentro de él un “Eureka”), te recomiendo que camines en dirección opuesta; esto es, que cierres cualquier tipo de superficie en la que estés volcando tus pensamientos y te dediques a una actividad mejor, como por ejemplo escuchar música o darte una ducha, ya que debes quitarte mucha arena de encima.
Una vez resuelta la desorientación espacial deberás; ahora sí, dar un primer paso seguro y certero, similar a saber dar pretextos acerca de una mentira. Pero esta mentira es solo una excusa y punto. Para que luego experimentes que has sabido cumplir con lo que te propusiste, pero… antes de poder estar sentado haciendo alarde de tus logros y genialidades, etcétera, debes recordar que aún estás frente a ti mismo, y que la idea pide hoja en blanco.
Recuerda, las buenas ideas se presentan como una manifestación pura e inconsciente, es como encontrar a quien se esconde por su incontenible risa.
Poco a poco te irás dando cuenta que una palabra, un fonema, un ruido, un gesto, o el reflejo de lo que estés bebiendo (si aún no lo estas haciendo, párate y ve a prepararte algo), te puede inspirar. Luego querrás estirar las piernas y enderezar tu espalda. Puedes tronar tus dedos y hacer algunos movimientos relajantes, no coloques ese disco compacto de yoga, eso te distrae, déjalo como premio. O mejor olvídate de todo por un rato, en este momento no lo necesitas. Olvídate de tus amigas, ¡ya sabes!
Bebe un sorbo de lo que te has preparado, saboréalo y cierra los ojos. ¡OJO! Solo un instante, porque perderás el hilo de lo que te estoy diciendo, más bien contando, o en realidad de lo que estás leyendo; que ya escribí. Pero tú lo vives en tiempo real. ¡Bien! Aquí quería llegar, en las ideas no existe el tiempo real, olvida esa idea… ya tenemos un concepto: una idea puede ser la negación de otra idea. La psicología inversa aplica perfectamente en este ámbito.
Olvida los preceptos, así podrás generar algo de la nada, que es la fuente de todo. Esa parte deberemos repasarla mejor luego, quizás en otro capítulo o en otra vida. Hasta que sin darnos cuenta ¡eureka! llegamos a un tema, que es el detonador perfecto de cualquier idea. Mi tema será: La Nada.
Déjame ponerte un ejemplo de La Nada: “Hay una separación entre el silencio y el espacio, como también hay un instante entre las pausas y los pestañeos, como la palabra que es sabia por no dejarse provocar de los labios. Un suspiro retenido, una Remington en una mesa con tres patas, hay tantos elementos que tienen que ver con nada y sin embargo lo dicen todo”.
Te invito a que te animes, a que conviertas en nada lo que escribes, porque este ejercicio no es para nada una idea, sino más bien es como caminar en una kermese repleta de mecanismos, e intentar atinar en ese punto que levita entre círculos mayores que -como aureolas- se van alejando para ayudar a la buena puntería.
Una genial idea es una mamushka que pide ser desvestida, que cambia su altura, pero no el contenido.
Antes que me olvide, para recordar tu idea es bueno apuntarla.
Espero que no sea tarde.
Para esto describiré una serie de ejercicios prácticos que facilitan este dificultoso hallazgo, o al menos nos hará sentir que no estamos solos en el camino de la mente versus la idea.
Como primera regla es importante abolir la asociación causa-efecto: encontrar no es consecuencia de buscar. Seguir las pistas de una idea seguramente nos dejará extraviados dentro de un desierto inverosímil. Ahora, si sientes un viento de frente que imposibilita la visión, y te ves rodeado de arenas movedizas (sobre todo si ese desierto ha sido creado para encontrar dentro de él un “Eureka”), te recomiendo que camines en dirección opuesta; esto es, que cierres cualquier tipo de superficie en la que estés volcando tus pensamientos y te dediques a una actividad mejor, como por ejemplo escuchar música o darte una ducha, ya que debes quitarte mucha arena de encima.
Una vez resuelta la desorientación espacial deberás; ahora sí, dar un primer paso seguro y certero, similar a saber dar pretextos acerca de una mentira. Pero esta mentira es solo una excusa y punto. Para que luego experimentes que has sabido cumplir con lo que te propusiste, pero… antes de poder estar sentado haciendo alarde de tus logros y genialidades, etcétera, debes recordar que aún estás frente a ti mismo, y que la idea pide hoja en blanco.
Recuerda, las buenas ideas se presentan como una manifestación pura e inconsciente, es como encontrar a quien se esconde por su incontenible risa.
Poco a poco te irás dando cuenta que una palabra, un fonema, un ruido, un gesto, o el reflejo de lo que estés bebiendo (si aún no lo estas haciendo, párate y ve a prepararte algo), te puede inspirar. Luego querrás estirar las piernas y enderezar tu espalda. Puedes tronar tus dedos y hacer algunos movimientos relajantes, no coloques ese disco compacto de yoga, eso te distrae, déjalo como premio. O mejor olvídate de todo por un rato, en este momento no lo necesitas. Olvídate de tus amigas, ¡ya sabes!
Bebe un sorbo de lo que te has preparado, saboréalo y cierra los ojos. ¡OJO! Solo un instante, porque perderás el hilo de lo que te estoy diciendo, más bien contando, o en realidad de lo que estás leyendo; que ya escribí. Pero tú lo vives en tiempo real. ¡Bien! Aquí quería llegar, en las ideas no existe el tiempo real, olvida esa idea… ya tenemos un concepto: una idea puede ser la negación de otra idea. La psicología inversa aplica perfectamente en este ámbito.
Olvida los preceptos, así podrás generar algo de la nada, que es la fuente de todo. Esa parte deberemos repasarla mejor luego, quizás en otro capítulo o en otra vida. Hasta que sin darnos cuenta ¡eureka! llegamos a un tema, que es el detonador perfecto de cualquier idea. Mi tema será: La Nada.
Déjame ponerte un ejemplo de La Nada: “Hay una separación entre el silencio y el espacio, como también hay un instante entre las pausas y los pestañeos, como la palabra que es sabia por no dejarse provocar de los labios. Un suspiro retenido, una Remington en una mesa con tres patas, hay tantos elementos que tienen que ver con nada y sin embargo lo dicen todo”.
Te invito a que te animes, a que conviertas en nada lo que escribes, porque este ejercicio no es para nada una idea, sino más bien es como caminar en una kermese repleta de mecanismos, e intentar atinar en ese punto que levita entre círculos mayores que -como aureolas- se van alejando para ayudar a la buena puntería.
Una genial idea es una mamushka que pide ser desvestida, que cambia su altura, pero no el contenido.
Antes que me olvide, para recordar tu idea es bueno apuntarla.
Espero que no sea tarde.
"Un sinfín"
Una ciudad no es mas que un fin.
Es un convencionalismo de necesario desarrollo.
Una ciudad es un sinnúmero de arterias que se van dibujando para expandir su propio alcance.
Una ciudad es (son) miles de capas que protegen un núcleo, inmerso en otro núcleo, que poco a poco va dejando apreciar que se trata de un ente animado.
Una ciudad es la inspiración del resguardo a cielo abierto.
Es la intemperie de lo prohibido, es la desnudez despreocupada, es la osadía de andar con un buen día en la punta de la lengua y el coraje de un sincero estrechón de manos.
Una ciudad es inflar el pecho, es caminar moviendo los brazos, desabotonarse el último botón de la camisa, desajustarse la corbata.
Es un espacio común, es un alboroto de ciempies, una bulla colectiva, un adiós te veo pronto, es de noche adonde vamos.
Una ciudad no es edificios, mucho menos torres altas, ni monumentos, ni tratorías.
Una ciudad debe saber ser una conciencia renovada, simple y sincera como un perdón pedido a tiempo.
Una reconciliación, un punto de partida, una ciudad debe saber adecuarse a su propia lógica, para qué fue creada, y recordárnoslo una y otra vez , una y otra vez.
Una ciudad no es mala, fea, linda, culta, buena, nueva, moderna.
Es un latir, es razón de ser, es el compromiso de muchos tantos.
Una ciudad no es más que un fin … es un sinfín.
Es un convencionalismo de necesario desarrollo.
Una ciudad es un sinnúmero de arterias que se van dibujando para expandir su propio alcance.
Una ciudad es (son) miles de capas que protegen un núcleo, inmerso en otro núcleo, que poco a poco va dejando apreciar que se trata de un ente animado.
Una ciudad es la inspiración del resguardo a cielo abierto.
Es la intemperie de lo prohibido, es la desnudez despreocupada, es la osadía de andar con un buen día en la punta de la lengua y el coraje de un sincero estrechón de manos.
Una ciudad es inflar el pecho, es caminar moviendo los brazos, desabotonarse el último botón de la camisa, desajustarse la corbata.
Es un espacio común, es un alboroto de ciempies, una bulla colectiva, un adiós te veo pronto, es de noche adonde vamos.
Una ciudad no es edificios, mucho menos torres altas, ni monumentos, ni tratorías.
Una ciudad debe saber ser una conciencia renovada, simple y sincera como un perdón pedido a tiempo.
Una reconciliación, un punto de partida, una ciudad debe saber adecuarse a su propia lógica, para qué fue creada, y recordárnoslo una y otra vez , una y otra vez.
Una ciudad no es mala, fea, linda, culta, buena, nueva, moderna.
Es un latir, es razón de ser, es el compromiso de muchos tantos.
Una ciudad no es más que un fin … es un sinfín.
"¿Cómo recuperar el espacio publico?¿Cómo saber ser peatón?"
El buen peatón es el elemento primordial en el espacio público. Se congrega en las esquinas con la misma facilidad que se dispersa.
Es quien marca un ritmo, quien da un contraste, un tinte, impone moda, aporta vida y sentimiento en su andar.
Tiene prioridad y tiene corazón. Tiene hambre, sed, sabe de gustos innecesarios y es buen lector.
Un buen peatón tiene un cometido que cumplir, busca algo, llega antes (otra veces no), se pierde, se toma su tiempo, encuentra amigos, se distrae, pero nunca duda en su dirección.
El buen peatón debe luchar por su espacio, sin dar golpes ni empujones, lo siente, es su dueño y lo reclama.
Caras raras, personajes, botas altas, peinados alocados, un cigarro a medias, un behato adivinador, yupies, bicicletas, barbas largas, aburridos, todo tipo de razas abundan en este corredor.
El espacio público es el elemento primordial del buen peatón. Es el ámbito de la libertad de acción.
El peatón y el espacio publico son inalienables, son simbiosis, interacción, son sana dependencia, pero con determinación.
Si entre ambos germina la duda y el temor es responsabilidad de los dos.
Recuperar el espacio público es multiplicarnos, es convertirnos en buen peatón.
Es quien marca un ritmo, quien da un contraste, un tinte, impone moda, aporta vida y sentimiento en su andar.
Tiene prioridad y tiene corazón. Tiene hambre, sed, sabe de gustos innecesarios y es buen lector.
Un buen peatón tiene un cometido que cumplir, busca algo, llega antes (otra veces no), se pierde, se toma su tiempo, encuentra amigos, se distrae, pero nunca duda en su dirección.
El buen peatón debe luchar por su espacio, sin dar golpes ni empujones, lo siente, es su dueño y lo reclama.
Caras raras, personajes, botas altas, peinados alocados, un cigarro a medias, un behato adivinador, yupies, bicicletas, barbas largas, aburridos, todo tipo de razas abundan en este corredor.
El espacio público es el elemento primordial del buen peatón. Es el ámbito de la libertad de acción.
El peatón y el espacio publico son inalienables, son simbiosis, interacción, son sana dependencia, pero con determinación.
Si entre ambos germina la duda y el temor es responsabilidad de los dos.
Recuperar el espacio público es multiplicarnos, es convertirnos en buen peatón.
"O2 M2"
El oxígeno modernista no es ver ciudades desde el aire solo para disfrutar su arquitectura.
La verdad se encuentra tan abajo que las vistas aéreas y satelitales no alcanzan a registrarlas y mucho menos a entenderlas.
El oxígeno modernista se encuentra en las calles, que son las venas de ese gran cuerpo que llamamos sociedad.
A veces siento ganas de viajar por ellas y convertido en ausente presencia, penetrar en los misterios de cada rincón de la urbanidad.
Escuchar sus historias, espiar, contar mis propios pasos, despreocuparme, tomar algo con alguien, por momentos estar solo.
Enamorarme, husmear, mirar por las ventanas del bar, abrigarme con bufanda para regresar y respirar.
Extender los brazos para absorber la noche, pestañear, bajar el ritmo de las pulsaciones, vibrar, desdoblarme y pensar, solo pensar.
Regresar ligero de equipaje para bailar, saltar escalones, chapotear, vaciar mis bolsillos sin derrochar.
Ver a la gente sin discriminar, caminar abrazado a ella, sin pensar en ningún adonde ni porqué.
Planear sin rumbo, detener un bus, amarrarme los zapatos, esquivar el humo, dar paso, luego acelerar, pedir la cuenta.
Definitivamente el oxígeno modernista es más bello a lo lejos, pero se torna más interesante cuando lo aprendemos a explorar. Al igual que las personas, al igual que vos y yo.
La verdad se encuentra tan abajo que las vistas aéreas y satelitales no alcanzan a registrarlas y mucho menos a entenderlas.
El oxígeno modernista se encuentra en las calles, que son las venas de ese gran cuerpo que llamamos sociedad.
A veces siento ganas de viajar por ellas y convertido en ausente presencia, penetrar en los misterios de cada rincón de la urbanidad.
Escuchar sus historias, espiar, contar mis propios pasos, despreocuparme, tomar algo con alguien, por momentos estar solo.
Enamorarme, husmear, mirar por las ventanas del bar, abrigarme con bufanda para regresar y respirar.
Extender los brazos para absorber la noche, pestañear, bajar el ritmo de las pulsaciones, vibrar, desdoblarme y pensar, solo pensar.
Regresar ligero de equipaje para bailar, saltar escalones, chapotear, vaciar mis bolsillos sin derrochar.
Ver a la gente sin discriminar, caminar abrazado a ella, sin pensar en ningún adonde ni porqué.
Planear sin rumbo, detener un bus, amarrarme los zapatos, esquivar el humo, dar paso, luego acelerar, pedir la cuenta.
Definitivamente el oxígeno modernista es más bello a lo lejos, pero se torna más interesante cuando lo aprendemos a explorar. Al igual que las personas, al igual que vos y yo.
domingo, 20 de marzo de 2011
"¿El amor nace de la vista? Pruebe morder"
El amor se relaciona intrínsecamente con todos los sentidos de los que se aman. No puede existir amor sin percepción, como tampoco puede existir amor si los que aman no tienen el deseo de hacerlo. ¿El amor nace de la vista? Sí, pero ese amor se llama atracción, que ineludiblemente es una clase de amor, pero no el único.
Como resultado a esta afirmación podemos describir una serie de percepciones que producen un estado de enamoramiento, pero no definen el sentimiento, en lo más mínimo.
Así, encontramos un aliado perfecto para el amor; las coincidencias. Una palabra o una idea pueden acercar a dos personas de sexo opuesto instantáneamente. Sobre todo si esa palabra resume un ideal o un gusto muy marcado en la personalidad de ella. Por ejemplo: - El día que tenga hijos, jamás los llevaría a Eurodisney- o - ¿Te gusta Mecano? a mi también.
Otro rasgo es el factor químico, en el cual es innecesario reflexionar y hasta imposible de afirmar o refutar. Este tipo de atracción se basa en el contacto; donde, un roce, una mirada o un suspiro puede ser un imán similar a las caricaturas de los dibujos animados marca ACME. La química se refleja en todos los aspectos de la relación a futuro. No necesariamente hay coincidencias, es yin/yan, es cóncavo y convexo, es un buen chiste y tu risa, etcétera. Podemos ligar esta simple descripción a la percepción táctil, visual y olfativa.
Existen también atajos para el amor. No es broma que existan las brujas que lo procuran por dinero, como también hay perfumerías y afrodisíacos. Hay sabores y aromas que nos provocan porque se alojan en algún sector de la mente, como un recuerdo, pero no se relaciona con una situación del pasado, sino que trae a la mente a una persona, acompañada de un deseo y de un porqué exento de respuesta. Existen trampas en el amor y esta es una de ellas, desconfíen de los aromas artificiales. Ahora, si ese aroma o ese sabor son naturales, estamos entonces dentro del factor químico. Nota: En el caso del sabor natural le recomendamos lamer algo tocado por esa persona (que seguramente le sabrá salado), de lo contrario deberá ser más desfasado y animarse a morderla para constatar.
Por último, existen personas que debido a sus malas experiencias pasadas establecen las bases en el amor inteligente. En resumen, “esto me conviene”, y no se trata de conveniencia material, es más bien una elección que busca tapar errores de pasiones pasadas, persiguiendo la premisa del amor a primera vista, y de su derivado inmediato: El amor nace de la vista; y fracasaron.
Antes de terminar, quisiera dejar por sentado que estoy de acuerdo en que “el amor nace de la vista”, pero a esto le seguirá la etapa de constatación química, para pasar luego por el entendimiento o coincidencias. Y si se dan estos cuatro factores, en cualquier orden, hay amor en puerta, aunque sea pasajero. Si se dan las dos primeras (vista y química) hay romance por lo menos. Y cuando se dan solo “entendimiento y coincidencias” es más factible la amistad o la amistad con privilegios, depende mucho de la insistencia de la parte que se enamore primero, allí entran las brujas, las perfumerías y “esto me conviene”. Pruebe morder.
En resumen, el amor nace por una perfecta combinación de motivos y puede morir por esa misma combinación. El reto será resucitarlo repetidamente y eso dependerá de explorar nuevas capacidades perceptivas.
Como resultado a esta afirmación podemos describir una serie de percepciones que producen un estado de enamoramiento, pero no definen el sentimiento, en lo más mínimo.
Así, encontramos un aliado perfecto para el amor; las coincidencias. Una palabra o una idea pueden acercar a dos personas de sexo opuesto instantáneamente. Sobre todo si esa palabra resume un ideal o un gusto muy marcado en la personalidad de ella. Por ejemplo: - El día que tenga hijos, jamás los llevaría a Eurodisney- o - ¿Te gusta Mecano? a mi también.
Otro rasgo es el factor químico, en el cual es innecesario reflexionar y hasta imposible de afirmar o refutar. Este tipo de atracción se basa en el contacto; donde, un roce, una mirada o un suspiro puede ser un imán similar a las caricaturas de los dibujos animados marca ACME. La química se refleja en todos los aspectos de la relación a futuro. No necesariamente hay coincidencias, es yin/yan, es cóncavo y convexo, es un buen chiste y tu risa, etcétera. Podemos ligar esta simple descripción a la percepción táctil, visual y olfativa.
Existen también atajos para el amor. No es broma que existan las brujas que lo procuran por dinero, como también hay perfumerías y afrodisíacos. Hay sabores y aromas que nos provocan porque se alojan en algún sector de la mente, como un recuerdo, pero no se relaciona con una situación del pasado, sino que trae a la mente a una persona, acompañada de un deseo y de un porqué exento de respuesta. Existen trampas en el amor y esta es una de ellas, desconfíen de los aromas artificiales. Ahora, si ese aroma o ese sabor son naturales, estamos entonces dentro del factor químico. Nota: En el caso del sabor natural le recomendamos lamer algo tocado por esa persona (que seguramente le sabrá salado), de lo contrario deberá ser más desfasado y animarse a morderla para constatar.
Por último, existen personas que debido a sus malas experiencias pasadas establecen las bases en el amor inteligente. En resumen, “esto me conviene”, y no se trata de conveniencia material, es más bien una elección que busca tapar errores de pasiones pasadas, persiguiendo la premisa del amor a primera vista, y de su derivado inmediato: El amor nace de la vista; y fracasaron.
Antes de terminar, quisiera dejar por sentado que estoy de acuerdo en que “el amor nace de la vista”, pero a esto le seguirá la etapa de constatación química, para pasar luego por el entendimiento o coincidencias. Y si se dan estos cuatro factores, en cualquier orden, hay amor en puerta, aunque sea pasajero. Si se dan las dos primeras (vista y química) hay romance por lo menos. Y cuando se dan solo “entendimiento y coincidencias” es más factible la amistad o la amistad con privilegios, depende mucho de la insistencia de la parte que se enamore primero, allí entran las brujas, las perfumerías y “esto me conviene”. Pruebe morder.
En resumen, el amor nace por una perfecta combinación de motivos y puede morir por esa misma combinación. El reto será resucitarlo repetidamente y eso dependerá de explorar nuevas capacidades perceptivas.
sábado, 19 de marzo de 2011
"Lo mas tonto que me pasó en la vida. Entre otras cosas … "
El año 2001 presentaba vivos signos que las profecías de Nostradamus eran inciertas.
Y el escepticismo volteaba al país favorito del momento, dejándolo con sus dos torres en planta baja.
Ese mismo once de septiembre yo tenía 21 años y en una vinoteca ubicada en San Lorenzo esquina Tucumán observaba al segundo avión estrellarse. No quise ver mas del asunto.
En esos tiempos esquivaba noticieros y oía una banda de rock nacional llamada Las Pelotas; no quería saber mucho acerca de catástrofes y me limité a cumplir con mis obligaciones laborales y académicas. También fue el año con mayores trasnochadas y eso me traería malas consecuencias.
La universidad iba bien, era un flamante estudiante de cine y televisión.
El mes de Octubre trajo sorpresas porque el lugar de comidas rápidas que yo administraba había sido vendido a un señor que se dedicaba a la fotografía del oceanario donde estaba ubicada esta hamburguesería. Las condiciones de la venta no eran del todo claras y luego de una corta charla de café me convenció de continuar, a condición de dejar sin empleo a varios de mis compañeros. Me preocupaba el cine y necesitaba el dinero, entonces acepté. Lo necesitaba.
El primer fin de semana me presentaron a mis nuevos compañeros y utilizando el poder de persuasión logré ubicar a uno de mis hermanos en el selecto grupo.
La primera mañana un improvisado novato abrió las puertas del negocio provocando que la persiana eléctrica quedara trabada por no saber de sus mañas. Era uno de esos mecanismos que día por medio se atoraban y sentí algo de culpabilidad por no llegar a horario. Pero todo se resolvería a la hora del cierre, cuando fuera necesario bajar la persiana.
El mediodía nos encontró con las papas fritas hechas carbón, con la clientela enojada porque las hamburguesas eran incomibles y con mis compañeros de trabajo exhaustos.
Olvidable fue la jornada, pero por suerte llegó a su fin a la hora que el fútbol capta la atención de la gente. Era domingo y el clásico se palpitaba desde los televisores veintinueve pulgadas, culones que colgaban de la columnas. El café y el té hicieron olvidar a los comensales el mal sabor de nuestra querida e improvisada hamburguesería.
Aproveché el silencio del lugar y, al ver que las personas estaban concentradas en el partido, subí las escaleras que llevaban a la bodega del negocio. A pulmón comencé a girar la polea que daba por terminada la jornada laboral. Llenarme las manos de grasa no presentaba un problema; pero sí el cansancio y el aburrimiento que producía estar mas de media hora en ese caluroso lugar haciendo un movimiento monótono equivalente a seis horas de gimnasio con Rocky Balboa como entrenador.
Quisiera sumar la trasnochada de tres días de andar concentrado en una relación con una chica que acabó en absolutamente nada y se trató de un asunto que no merece análisis. Mientras giraba la polea una señal apareció en forma de 2000 voltios. Los cables que abastecen a los carteles de neón me dieron un corrientazo en las piernas y mi equilibrio se fue al diablo.
Ahora, imaginen a un grupo muy grande de gente observando un partido de fútbol, un día domingo y a menos de un mes de la catástrofe neoyorkina. Agreguen un estruendoso sonido a explosión, acompañado al grito de un paracaidista desnudo.
El techo era de yeso y cuando la corriente eléctrica me golpeó todo el peso del cuerpo podía ir hacia un solo lugar y era hacia abajo, solo hacia abajo.
Los espectadores no sabían que había ocurrido y mucho menos las autoridades del oceanario. Ni hablar del nuevo dueño del negocio que había depositado en mí toda la confianza. El lugar parecía una zona bombardeada, los escombros quedaron encima mío. Abrí los ojos y maldije haber trasnochado tanto y comencé a buscar mis zonas rotas, quería saber de donde iba a salir el manantial de sangre y cuantas vigas estaban clavadas en mi cuerpo. También quería saber en que circunstancias sería echado del trabajo y cuantos meses tendría que trabajar gratis para pagar los destrozos, es que no había nada roto, estaba todo destruido.
Cuando volví de ese instante sonaba el tema de Las Pelotas que decía ...” Coleccionistas de diarios esos que ves en la tele, pero que se mueran con su información...” las personas que acudieron a mí parecían periodistas. Me acordé también de Nostradamus y pensé si este querido francés me habría visto en sus visiones milenarias volando desde los techos de las hamburgueserías.
Pensé en el maldito Bush, en sus torres gemelas y como ese apellido se asociaría eternamente a la palabra ¨víctimas¨, maldito.
Realmente todo me dio mucho miedo en ese momento. Pero el susto pasó.
Desde muy pequeño supe resolver con gran sabiduría las situaciones que a uno lo vuelven mierda y me reincorporé, con sonidos de trompeta. En ese momento estaban atajando un penal en el partido de fútbol y la gente enloqueció de pasión. Esquivé a los molestos periodistas y corrí hasta el baño de hombres para encerrarme unos minutos. Necesitaba sentirme mejor detrás del cartel que indica la sexualidad, cuando uno se esta meando o cagando.
En la empresa trabajaban unos 200 empleados y al día siguiente todos sabían de mis asuntos destructivos. Me sentí realmente muy idiota esos meses. No fui echado y eso significó tener que dar la cara hasta que algún hecho de mayor resonancia ocupara el primer lugar en los comentarios.
El verano estaba cerca y en ese entonces era muy común verme con tres pelotas en la mano practicando malabares. Esto ayudó un poco a mi autoestima y a mi reputación.
Aunque no dejaron de llegar las burlas, muchas de ellas acompañadas de chistes muy buenos al respecto de mis voladuras, como un filme acerca de la venta turbia de una hamburguesería, etcétera, que al tiempo daba pérdidas por la devaluación de la moneda argentina.
Y el escepticismo volteaba al país favorito del momento, dejándolo con sus dos torres en planta baja.
Ese mismo once de septiembre yo tenía 21 años y en una vinoteca ubicada en San Lorenzo esquina Tucumán observaba al segundo avión estrellarse. No quise ver mas del asunto.
En esos tiempos esquivaba noticieros y oía una banda de rock nacional llamada Las Pelotas; no quería saber mucho acerca de catástrofes y me limité a cumplir con mis obligaciones laborales y académicas. También fue el año con mayores trasnochadas y eso me traería malas consecuencias.
La universidad iba bien, era un flamante estudiante de cine y televisión.
El mes de Octubre trajo sorpresas porque el lugar de comidas rápidas que yo administraba había sido vendido a un señor que se dedicaba a la fotografía del oceanario donde estaba ubicada esta hamburguesería. Las condiciones de la venta no eran del todo claras y luego de una corta charla de café me convenció de continuar, a condición de dejar sin empleo a varios de mis compañeros. Me preocupaba el cine y necesitaba el dinero, entonces acepté. Lo necesitaba.
El primer fin de semana me presentaron a mis nuevos compañeros y utilizando el poder de persuasión logré ubicar a uno de mis hermanos en el selecto grupo.
La primera mañana un improvisado novato abrió las puertas del negocio provocando que la persiana eléctrica quedara trabada por no saber de sus mañas. Era uno de esos mecanismos que día por medio se atoraban y sentí algo de culpabilidad por no llegar a horario. Pero todo se resolvería a la hora del cierre, cuando fuera necesario bajar la persiana.
El mediodía nos encontró con las papas fritas hechas carbón, con la clientela enojada porque las hamburguesas eran incomibles y con mis compañeros de trabajo exhaustos.
Olvidable fue la jornada, pero por suerte llegó a su fin a la hora que el fútbol capta la atención de la gente. Era domingo y el clásico se palpitaba desde los televisores veintinueve pulgadas, culones que colgaban de la columnas. El café y el té hicieron olvidar a los comensales el mal sabor de nuestra querida e improvisada hamburguesería.
Aproveché el silencio del lugar y, al ver que las personas estaban concentradas en el partido, subí las escaleras que llevaban a la bodega del negocio. A pulmón comencé a girar la polea que daba por terminada la jornada laboral. Llenarme las manos de grasa no presentaba un problema; pero sí el cansancio y el aburrimiento que producía estar mas de media hora en ese caluroso lugar haciendo un movimiento monótono equivalente a seis horas de gimnasio con Rocky Balboa como entrenador.
Quisiera sumar la trasnochada de tres días de andar concentrado en una relación con una chica que acabó en absolutamente nada y se trató de un asunto que no merece análisis. Mientras giraba la polea una señal apareció en forma de 2000 voltios. Los cables que abastecen a los carteles de neón me dieron un corrientazo en las piernas y mi equilibrio se fue al diablo.
Ahora, imaginen a un grupo muy grande de gente observando un partido de fútbol, un día domingo y a menos de un mes de la catástrofe neoyorkina. Agreguen un estruendoso sonido a explosión, acompañado al grito de un paracaidista desnudo.
El techo era de yeso y cuando la corriente eléctrica me golpeó todo el peso del cuerpo podía ir hacia un solo lugar y era hacia abajo, solo hacia abajo.
Los espectadores no sabían que había ocurrido y mucho menos las autoridades del oceanario. Ni hablar del nuevo dueño del negocio que había depositado en mí toda la confianza. El lugar parecía una zona bombardeada, los escombros quedaron encima mío. Abrí los ojos y maldije haber trasnochado tanto y comencé a buscar mis zonas rotas, quería saber de donde iba a salir el manantial de sangre y cuantas vigas estaban clavadas en mi cuerpo. También quería saber en que circunstancias sería echado del trabajo y cuantos meses tendría que trabajar gratis para pagar los destrozos, es que no había nada roto, estaba todo destruido.
Cuando volví de ese instante sonaba el tema de Las Pelotas que decía ...” Coleccionistas de diarios esos que ves en la tele, pero que se mueran con su información...” las personas que acudieron a mí parecían periodistas. Me acordé también de Nostradamus y pensé si este querido francés me habría visto en sus visiones milenarias volando desde los techos de las hamburgueserías.
Pensé en el maldito Bush, en sus torres gemelas y como ese apellido se asociaría eternamente a la palabra ¨víctimas¨, maldito.
Realmente todo me dio mucho miedo en ese momento. Pero el susto pasó.
Desde muy pequeño supe resolver con gran sabiduría las situaciones que a uno lo vuelven mierda y me reincorporé, con sonidos de trompeta. En ese momento estaban atajando un penal en el partido de fútbol y la gente enloqueció de pasión. Esquivé a los molestos periodistas y corrí hasta el baño de hombres para encerrarme unos minutos. Necesitaba sentirme mejor detrás del cartel que indica la sexualidad, cuando uno se esta meando o cagando.
En la empresa trabajaban unos 200 empleados y al día siguiente todos sabían de mis asuntos destructivos. Me sentí realmente muy idiota esos meses. No fui echado y eso significó tener que dar la cara hasta que algún hecho de mayor resonancia ocupara el primer lugar en los comentarios.
El verano estaba cerca y en ese entonces era muy común verme con tres pelotas en la mano practicando malabares. Esto ayudó un poco a mi autoestima y a mi reputación.
Aunque no dejaron de llegar las burlas, muchas de ellas acompañadas de chistes muy buenos al respecto de mis voladuras, como un filme acerca de la venta turbia de una hamburguesería, etcétera, que al tiempo daba pérdidas por la devaluación de la moneda argentina.
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